Shogi es el nombre que se le da al ajedrez japonés. Es un juego que se parece bastante al ajedrez occidental, aunque su dinámica es algo distinta.
Para empezar, todas las piezas son iguales en cuanto a forma. No como en occidente, que hay caballos, alfiles, torres… Las piezas del Shogi consisten en una especie de lápidas con nombres inscritos en ellas.
Otro aspecto que hace diferente al Shogi es que no hay colores. Es decir, que no existen las blancas o las negras. Para distinguir tus piezas de las de tu enemigo hay que fijarse hacia adonde apunta la lápida. Puede parecer que esto es una estupidez, pero nada más lejos de la realidad, porque esto es lo que le da uno de los mayores atractivos al Shogi: La posibilidad de capturar.
La captura es algo que no tiene homólogo en el ajedrez. Consiste en poder utilizar una pieza que has arrebatado a tu rival para tu propio beneficio. Por ejemplo, si le comes una torre a tu rival, en tu siguiente turno puedes recolocarla bajo tus órdenes en cualquier casilla desocupada del tablero. Por eso las piezas no tienen color, porque pueden servirte tanto a ti como a tu rival.
Debido a esto, tienes que estar pendiente de las piezas que te ha comido el rival y que podría colocar en cualquier lugar del tablero. En otras palabras, tienes que vigilar tanto las piezas que están en el tablero como las que están fuera del tablero. Por esta razón, una partida de Shogi dura mucho más que una partida de ajedrez.
A mí, personalmente, me gusta más el ajedrez; pero reconozco que el Shogi es también un gran juego de estrategia. Y, en cierto modo, se parece mucho más a la guerra que el ajedrez.
Bueno, y hasta aquí hemos llegado. Si os ha entrado curiosidad podéis mirar las reglas del Shogi en la Wikipedia. También podéis descargaros el programa Shogi variants, y así podéis practicar contra la máquina.
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